miércoles, 9 de septiembre de 2009

Capítulo XLV-Memorias abreviadas de Ángel Morillo Sánchez

ANGEL MORILLO SÁNCHEZ

PRÓLOGO

Voy a tratar de describir mi vida, no para que sirva de pieza literaria, sino paro cuando deje de existir mis hijos y nietos puedan tener una visión más o menos exacta como se desarrolló y cuan distinta fue, comparada con los tiempos actuales.

Tal vez, cuando la lean, pensarán como es posible que hayan ocurrido las cosas que relato, pero pueden estar seguro que se trata de hechos verídicos y no simplemente de cuentos inventados por mí.

Si leen detenidamente la historia de España, comprobarán que mi relato coincide plenamente con los hechos en este país desde que tuve uso de razón allá por los años veinte, hasta la fecha en que dejo, o doy por terminado, este trabajo.

Puede que deje de narrar algunos casos o acontecimientos, ya que, cuando:

Mi vida escribo, estoy entrando en los setenta años y la memoria me empieza a fallar de una forma estrepitosa.

Sólo os deseo que vuestra vida sea diametralmente distinta a la mía y jamás tengáis que pasar por los vicisitudes y calamidades que a nuestra generación le tocó vivir.

Por último ruego al que se haga cargo de MI VIDA la conserve como recuerdo y corrija correctamente las faltas, tanto de redacción como de ortografía, teniendo en cuenta que se escribe mecanográficamente y sobre la marcha se cometen muchos faltas.
MI VIDA

Nací en Benquerencia de la Serena, el día 15 de Agosto de mil novecientos diecisiete, festividad de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la villa, siendo mis padres D. Antoliano Morillo Rodríguez y D.ª María Sánchez Amaya. Se da el caso curioso que ese mismo día, pero dos años antes, nació otro hermano que murió a los pocos meses y que llevaba el mismo nombre que yo, Ángel Mateo

Dicen las gentes del lugar que los nacidos el día de la Virgen están exentos de muertes violentas. No sé que puede haber de cierto en esta afirmación pero sí puedo decir que estuve veintidós meses en la Guerra Civil Española y jamás me vi en peligro inminente, que llevo conduciendo automóviles alrededor de cuarenta años y ni una sóla vez, que recuerde, tuve el menor asomo de accidente, que no me he enfrentado a nadie y que nunca he recibido la menor amenaza.

Lo primero que recuerdo de mi vida es que, cuando debía tener de cinco a seis años me empezaron a doler las muelas y que me consolaba en brazos de un señor que se hospedaba en casa de mi abuelo materno y efectuaba trabajos del catastro de rústica. También me acuerdo vagamente de la muerte de mi abuelo paterno, Mateo, y de la casa que éste habitaba.

A los seis años, como era perceptivo, ingresé en la escuela de niños que se encontraba en el lugar que hoy ocupa la Casa Consistorial. El maestro era D. Antonio Triviño Caballero, hombre de gran carácter autoritario, de una inteligencia privilegiada y, por tanto, un buen pedagogo. Se puede decir que casi todas las carreras que se hicieron en este pueblo desde principios de siglo hasta la Guerra Civil fueron obra suya. Muchos de sus alumnos fueron grandes intelectuales,
empezando por su hijo Manuel, y terminando por el padre Morillo, jesuíta de prestigio internacional.

En el año 1940 debido a las funestas depuraciones políticas llevadas a cabo al final de la guerra civil, fue trasladado o Torre de Miguel Sesmero, donde permaneció hasta 1954 en que le llegó la muerte después de una larguísima y penosa enfermedad.

En la escuela permanecí hasta el año 1.929. Un año antes había sido destinado a este pueblo un sacerdote llamado D. Tomás Díaz Ruiz. natural de Pozoblanco (Córdoba), el cual dijo o mi padre que él podía prepararme y emprender la carrera de sacerdote. Mi padre, con nueve hijos y novecientas pesetas de sueldo anual como Secretario del Ayuntamiento, sin saber cómo y dónde nos iba a educar, atendió la sugerencia y aquí me tienen estudiando latín en unión de mis entrañables amigos Sixto, primo hermano mío, Maximiliano, también primo hermano, Pepe Tena, Juan Antonio Fernández y Antonio Romero, éste monaguillo, cuyos padres habían tomado la misma decisión que el mío.

LOS CURITAS
Después, poco tiempo después, ya se nos conocía en el pueblo como los seis “Curitas”. Todos, sin excepción, éramos de cuidado por nuestras travesuras. Al año de estar estudiando, cosa que hacíamos en el pueblo, habíamos progresado tanto en latín que nos permitimos el lujo de celebrar misa a pesar de que con el “Tío” (así llamábamos a D. Tomás) lo cosa resultaba altamente peligrosa, como así ocurrió.

El de más edad, Antonio Romero, que al ser mayor nos manejaba a su gusto, hizo de Párroco revestido con las flamantes ropas que D. Tomás habla usado en su primera misa y que tenía en gran estima.

El que suscribe y Pepe Tena hicimos el papel de Diácono y Subdiácono con unas ropas muy raras que existían en lo Iglesia. Juan Antonio Fernández de Monaguillo, Maximiliano Triviño de Sacristán y Sixto Hidalgo de Organista. La Misa” iba a resultar solemne.

Cuando estábamos por El Gloria hizo acto de presencia el “Tío” que, muy tranquilo, sin inmutarse lo más mínimo, nos dijo: “Pasar por la Sacristía, quitaros las ropas, doblarlas bien y colocarlas en su sitio”.

Cuando hacíamos ésta operación, recuerdo que Antonio Romero en voz bajita dijo:” La que se avecina va a ser de espanto’. ¡Claro que lo fue!.

La solemnidad de la misa no se puede comparar con lo solemnísima paliza que recibimos. No quedó en La Iglesia un reclinatorio de los fieles que no volara sobre nuestras cabezas. Nos daba la sensación de que La Iglesia ardía por los cuatro costados y no podíamos salir de ella.
Con el que más se ensañó fue con el “Párroco accidental”, al que le propinó un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente durante más de cinco minutos con el consiguiente susto para los demás que creíamos que se lo había “cepillado”. A continuación nos dio a los demás un detenido y minucioso “repaso” del que salimos magullados de los pies a la cabeza.

Pero no por eso nos amilanamos. Nuestra clase aguantaba todo lo que nos echaban y prueba de ello es que al día siguiente Maximiliano armó una faena que es digno de relatar: se celebraba al día siguiente la festividad de los difuntos y durante la noche anterior se acostumbraba a doblar las campanas durante toda lo noche.

Establecimos un turno entre los seis y a Maximiliano le tocó él último que me parece que era de seis ocho de la mañana. El hombre se conoce que se aburrió y se entretuvo nada mas ni nada menos que en hacer la siguiente operación: con unas cuerdas que había en la iglesia, procedentes de uno alfombra que se había comprado para el presbiterio y que hubo de hacerse en partes por venir grande, formó un cordón que llegaba desde las campanas a la iglesia, en cada rincón
que hace la escalera de caracol de la torre ató unas latas viejas que había recogido de antemano.

Cada vez que tiraba del cordón de las latas formaban un ruido que parecía una orquesta, pero no quedó ahí la cosa. Después de la operación descrita se cagó y embadurnó tanto las cuerdas como las latas. Sobre las ocho de la mañana llegó a decir misa D.Feliciano Acedo, sacerdote hijo del pueblo, que pasaba unos días con la familia. Como este señor’ era una persona buena y bondadosa, se le ocurrió hacer una visita al campanario; como la escalera era muy oscura iba echando para los lados la cuerda y las latas, así es que no quiero decir como llegó el hombre a la torre. Lo tomó a broma y no pasó nada, pero si llega a ser el TIO, lo tira de la torre.

En el año 1930 fuimos a Córdoba a examinarnos de primero en el seminario de San Pelagio. El viaje tengo que relatarlo por lo pintoresco que resultó. En primer lugar fuimos o tomar el tren en el apeadero del Quintillo en caballerías y desde allí nos trasladamos a la estación del Almorchón, donde nos esperaba una camioneta de aquellos tiempos. La cubierta era de lona y en los laterales iban acoplados unos banquillos de madera sin sujeción alguna, siendo muy frecuente que los que
íbamos a un lado nos trasladáramos al otro en las curvas o en los baches de la carretera. Nos acompañaba en el viaje D.Tomás, su padre, que más que padre de un cura era un verdadero anarquista, Alejandro, hermano de Pepe y Triviño, Padre de Maximiliano, éste vistiendo un guardapolvo que le daba aspecto de retratista.

Cuando se hizo de noche, la niebla reinante, a pesar de ser el 3 de junio. hacia imposible avanzar mas de un kilómetro sin que el conductor se bajara del vehículo para limpiar el cristal del parabrisas, cosa que hacia con un trapo sucio y mugriento que contribuía a poner cada vez peor el cristal y hacer mas difícil y peligrosa la marcha en una carretera llena de curvas y en muy mal estado de conservación.

Alejandro empezó a sentirse mal del vientre, sin duda del miedo que iba pasando. El padre del cura, llamado por nosotros Padre Juan, portaba sobre sus rodillas un hermoso pavo que, sin duda, iba destinado al señor obispo. El animalito de vez en cuando sé hacia pis con la consiguiente cólera de su portador que se cagaba en Dios, en la Virgen y por supuesto en el señor Obispo.

D.Tomás rechinaba los dientes pero nada podía hacer para impedir las blasfemias de su padre. Al día siguiente, después de diez o doce horas de viaje llegamos a Córdoba en las primeras horas de la mañana cansados y somnolientos. Nos pusieron de desayuno chocolate, como no, en unas tazas muy grandes pero con mucho culo que se parecían a los aislantes que en aquellas fechas portaban las líneas eléctricas y que no tenían de cabida más de tres o cuatro cucharadas. En la comida de mediodía nos sirvieron unos garbanzos más duros que una piedra y que daba la impresión de estar guisados con agua y sal. Total que la primera impresi6n era como para ingresar al año siguiente en el seminario.

Por la tarde nos examinaron y las notas fueron de meritísimus con letras mayúsculas que, según supimos después ero la nota máximo que se concedía. No todo iba a ser en nosotros travesuras, caramba.
Mientras todo esto ocurría Alejandro seguía cagando más que el pavo. Al día siguiente por la tarde, reemprendimos el viaje de regreso con los mismos medios, sin el pavo, pero con Alejandro que a causa del miedo que pasó en el viaje de ida, agarró una diarrea de padre y muy señor mío. Nuestra idea era llegar a la estación de Almorchón y tomar el tren hasta el Quintillo o Castuera, pero al llegar a Hinojosa del Duque Alejandro se negó rotundamente a proseguir el viaje debido o
la cagalera, nos bajamos de lo camioneta sobre los nueve de la noche y en mitad de la calle, rodeados por todos y tapado con nuestras chaquetas, Alejandro hizo su primera postura.

Ya en la pensión, dado el estado en que el amigo Alejandro se encontraba, se trató de encontrar un médico teniendo la suerte de que un hijo del dueño ejercía la medicina. Llega éste y le recetó unas pastillas. Acostándose sin cenar, enterándonos por la mañana de que la noche se la había pasado en el water. El dueño de la pensión, tan pronto se levantó fue o interesarse por el enfermo al que le preguntó como había pasado la noche. Alejandro. que no se había enterado que el médico era su hijo, le espetó; si cogiera aquí al médico me lo cargaba. Déle usted las pastillas y que se las tome su padre . El pobre hombre salió de la habitación como alma que lleva el diablo.

El resto del viaje lo hicimos sin novedad digna de mención y muy contentos llegamos a nuestras casas pensando que, debido al buen resultado de los exámenes, posaríamos el verano tranquilo y sin palos, pero el Tío dijo que de vacaciones ni hablar que había que seguir estudiando latín.

Llegó el año 1931 y con el la proclamación de la República. Sixto fue el primero que desertó y en agosto, a unos días de los exámenes de septiembre lo hicimos Maximiliano y yo. Los demás al
aprobar segundo, ingresaron en el seminario. Pepe y J. Antonio resistieron hasta 1.934 y Antonio Romero hasta el comienzo de la Guerra Civil en que abandonó los estudios sacerdotales y se enroló en el Ejercito Nacional donde alcanzó el grado de Teniente. Después prosiguió su carrera militar muriendo de Comandante tras larga y penosa enfermedad.

Para terminar mis año de curita, he dejado para el final a nuestro profesor y hacer uno breve semblanza de él. Reconozco que a fuerza de palos obtuvimos, yo al menos, una cultura general bastante aceptable paro aquellos tiempos. Don Tomás, hay que reconocerlo. sabía más latín que el obispo pero hubiera hecho un buen papel como jefe de las “Checas” que, en uno y otro bando contendiente existían en la Guerra Civil. Era un hombre inhumano, déspota, hipócrita, soberbio,
orgulloso, desagradecido y politiquillo. Sus homilías eran unos verdaderos mítines políticos y sus broncas a los fieles constantes. Su reputación si algo quedaba de ella después de la guerra, se derrumbó estrepitosamente con las famosas “bodas de D.Tomas” cuando ejerció en Cabeza del Buey. Este hecho relacionado con sus amistades femeninas, viudas de ricos fusilados en la contienda civil, constituyó un verdadero escándalo con gran repercusión en toda esta comarca por donde se repartieron miles de octavillas anunciando una comedia titulada “Las bodas de D.Tomás”, de la que era él primer protagonista.

Cuando comenzó la guerra civil, todo el pueblo sin excepción, le protegió y el alcalde, D. Lorenzo Hidalgo Amaya, le salvó la vida junto con otros vecinos, pero al terminar lo contienda, no sólo no se volvió a acordar del pueblo, sino que consintió que tres años después fusilaran al señor Hidalgo, cosa que pudo evitar fácilmente dada la influencia que en aquellas fechas ejercía el clero sobre la autoridad civil. Sé negó a firmar los numerosos pliegos de firmas que se hicieron en el
pueblo para que se le perdonara lo vida, puesto que durante el mandato como alcalde, en unos momentos verdaderamente dificilísimos demostró su valentía, su buen hacer, su humildad y sus grandes dotes de dirigente. No me explico como un Sr. Cura que tanta protección recibió del pueblo y sus autoridades, se comportara después tan suciamente.

En cuanto al tiempo que fuimos sus alumnos, su hipocresía nos daba la impresión de que nos adoraba, cosa totalmente falsa pues no sé como alguno de nosotros no perdimos la vida a consecuencia del castigo que recibíamos diariamente. Nos abofeteaba, nos mordía como
una fiera salvaje y su instrumento de castigo era un cinturón de militar de cinco centímetros de ancho con su correspondiente hebilla que constantemente se estrellaba sobre nuestros frágiles cuerpos Las clases duraban todo el día, desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche, salvando una hora que nos dejaba libre poro comer, hora que desde luego nosotros no desperdiciábamos para cometer todo tipo de fechorías y buscar nidos en la sierra, podría estar
escribiendo de ésto muchas páginas, ya que dos años de “curitas” es muchísimo tiempo, pero fueron tan amargos que desisto de seguir hablando sobre el tema.

Hasta aquí mis primeros catorce años, perdidos miserablemente por las causas expuestos, pues, que duda cabe, de no haberse interpuesto en mi camino D. Tomás, mi vida hubiera seguido otros rumbos y a esta hora sería alguien y no hubiese pasado por situaciones tan difíciles.

En el año 1.933, mi padre, sin otra alternativa, me aconsejó que empezara a trabajar en el juzgado de paz, me impusiera un poco practicando y después hiciera las oposiciones a secretario de los juzgados. Así lo hice, pero pronto me di cuenta que los enredos no iban con mi carácter y me negué rotundamente a seguir por aquellos derroteros.

En el año 1.934, cuando contaba con diecisiete años ya empecé o preocuparme de mi porvenir, pero eran tiempos muy difíciles y mis padres no podían, por falta de medios, darme una carrera ni mandarme fuera del pueblo con el fin de aprender un oficio puesto que ya empezaron o vivirse tiempos de anarquía, huelgas, motines, sublevaciones etc. Preludio de la catástrofe que se avecindaba en España. Se puede decir que desde aquel año nuestra juventud y nuestro porvenir se vieron truncados. En vista de ello ya empezamos a frecuentar bailes y divertirnos los que podíamos en los salones del “Niño” y de Lorenzo Hidalgo.

Mi hermana Anita, mi amiga Asunción y otras, me enseñaron a bailar, cosa que por cierto no se me daba muy bien, no así ellas que eran grandes aficionadas y lo hacían muy bien. Con ello empezó mi vida amorosa. Diré que entre las jóvenes que había en el pueblo de mi edad, la que más me gustaba era Asunción, pero ésta, por haber otro que le llamaba mas la atención, me hizo poco caso.

Poco tiempo después se cruzó en mi camino una mocita morena y salada algo más joven que las demás y con ella mantuve relaciones algún tiempo. Pronto noté que esta morenita me quería a rabiar y yo, para que decir lo contrario, le correspondía de la misma forma. Pasaron algunos meses y se interpuso entre los dos mi entrañable amigo José Triviño, hermano de la que después sería mi mujer, ella, también puede asegurarlo, a pesar de que José tenía mejor porvenir que yo
(estaba terminando magisterio), le hizo poco caso pero ésto contribuyó a que nuestras relaciones se fueran enfriando hasta terminar rompiéndose. Asunción que ya había fogado un poco, me seguía gustando y hacia ella se encaminaron de nuevo mis deseos amorosos.

Nos pusimos novios en el preciso momento en que empezó la guerra civil, se trataba de una mujer honesta y honrada pero de alocada juventud caso que me proporcionó muchos y grandes disgustos puesto que yo estaba locamente enamorado y ella por las circunstancias anteriormente expuestas no se daba cuenta, le gustaba el baile con delirio y bailar con todos también, cosa que a mi me reventaba de tal forma que llegué a odiar de tal manera el baile que poco uso he hecho de él después.

Desde mí incorporación a la guerra civil, en septiembre de 1937 mi contacto con ella a través de correspondencia era casi diario, terminada la contiendo civil, después de tres años de noviazgo,
rompimos las relaciones que se habían enfriado un poquito al fijar su residencia en la Torre de Miguel Sesmero, pueblo al que fue trasladado su padre como digo anteriormente.

Volví a relacionarme con la joven morenita a la que antes hago referencia, más por cabezonada que por otra cosa. Así seguimos unos meses hasta que Asunci6n llegó al pueblo para pasar las fiestas de San José. Nos saludamos en la iglesia y no pudiendo resistir el amor que le profesaba, reemprendí de nuevo nuestras relaciones amorosas sin el menor trabajo puesto que ella venia dispuesta a atraparme, con todos los consecuencias, para siempre. Así ocurrió, el día diez de agosto de 1.944, tras unas largas relaciones contraje matrimonio con ella, convirtiendo a mi primer profesor D. Antonio Triviño en mi padre político.

Pero volvamos atrás.

LA GUERRA CIVIL
Me cogió el alzamiento militar del 18 de julio de 1.936 en mi pueblo que quedó en zona republicana, y en los primeros meses trabajé como peón en los campos de aviación que se hicieron, uno en la finca “Ejido” que no llegó o terminarse y otro en la finca “Poyato” que quedó
casi terminado pero que tampoco se llegó a utilizar en la guerra. En este último campo estuve llevando las listas de personal y pagando las nóminas durante algún tiempo.

El día 8 de septiembre de 1.937 fue movilizado el remplazo de 1.938 al que pertenecía, incorporándome a la caja de reclutas que, por la cercanía del frente de combate fue trasladada de Villanueva de la Serena a Castuera. En ella trabajaba mi primo hermano Manuel Hidalgo, abogado, hoy subdecano del colegio de abogados de Madrid.
Él consiguió que me destinaran a transmisiones con el carácter de útil para servicios auxiliares, aunque yo estaba bien sano, marchando a Villarrobledo (Albacete), dónde hice el periodo de instrucción junto con mis amigos J. Antonio Merino (Ñoño) Y Antonio Amaya (El Largo).

También fue destinado con nosotros Manuel Rivera, de la aldea de Puerto Hurraco, que después se convertiría en buen amigo.Terminado el periodo de instrucción, Manuel Rivera y yo fuimos destinados al Batallón de transmisiones del ejército republicano del sur, ubicado en la pintoresca ciudad de Baza (Granada). El amigo Ñoño fue destinado a la escuela de transmisiones que estaba en Alcira (Valencia) y después en Villarreal (Castellón). En Villarrobledo nos dieron un mugriento uniforme militar del que nos deshicimos en la primera ocasión que tuvimos, después no volví más a ponerme una prenda militar puesto que no me la dieron por escasez, aunque al final de la guerra las intendencias estaban llenas de ropa militar como pude comprobar.

En Baza permanecí hasta el 20 de julio de 1.938 en que fui destinado a la compañía de transmisiones de 10109 División de Infantería que operaba en el frente de ‘Levante” y que tenía su puesto de mando en un lugar llamado ‘Cueva Santa” de la provincia de Castellón, a este lugar llego precisamente el día 22 de julio, fecha en que el llamado Ejercito Nacional tomaba mi pueblo.

Desde aquel día quedé totalmente incomunicado con mi familia con la consiguiente preocupación al ignorar la suerte que había corrido. En el mes de enero de 1.939, cuando la suerte de la guerra ya estaba echada, me enrolé en una compañía de teatro que se había creado en la unidad
donde prestaba servicio denominada Guerrillas del Frente, que según nos dijeron tenia por misión divertir a los componentes de la Brigada de Choque.

Recuerdo que nos preparó un sainete un comisario de Guerra que era de La Línea de la Concepción, encomendándoseme el papel de ‘apuntador”, y que nuestra primera y única representación fue en Cheste (Valencia) donde sufrimos un verdadero fracaso por falta de publico. En vista de ello y ante el gran desconcierto que se produjo fuimos alojados en casas particulares y en este pueblo me cogió el final de la guerra civil.

El día 2 de abril intenté coger un tren en Valencia, intento que resultó fallído, pues cuando estábamos subidos en un tren de mercancías se presentaron unos soldados, nos apearon y nos metieron de cabeza en la plaza de toros cercana a la estación. Allí permanecimos dos días sin que nos dieran el menor alimento y nos trasladaron al campo de fútbol del Valencia llamado durante muchísimo tiempo ‘Mestalla”. o sea que fuimos toreros y futbolistas. Allí permanecimos durante dia y medio y se nos dio como único alimento una lata de sardinas de 180 gramos y dos chuscos de pan para cada dos personas y a continuación fuimos trasladados a un campo de concentración de prisioneros de guerra existente en el pueblo de Sor de Ferrer (Castellón) después de dos días, tal vez los más amargos de mi vida, me enteré que pedían escribientes para hacer fichas o unas 22.000 personas que nos encontrábamos en el campo.

Me presenté en las oficinas, me admitieron y después de unos quince días haciendo fichas en unión de unas treinta personas, el día 21 de abril nos dieron pasaporte para nuestras casas a todos los que habíamos intervenido en ese trabajo. Tomé un tren en Sagunto ese mismo día y llegué a Valencia en donde o duras penas y casi a puñetazos tomé otro tren con rumbo a Alcázar de San Juan. En ese tren permanecí veinticuatro horas de pie, hasta que salió de Valencia, sin mas provisiones que un pedazo de bacalao y un trozo de pan. Si hubiera intentado bajarme del
tren para pedir una limosna en Valencia, lo más probable es que no hubiese subido más a ese tren ya que eran miles de personas las que esperaban salir de allí.

A los cuatro días de salir de Sagunto llegué a Manzanares, en Alcázar de San Juan me habían advertido que si quería coger tren para Ciudad Real, entonces llamada Ciudad Libre, debía bajarme del tren en marcha y correr hasta el lado opuesto de la estación donde se encontraba formado un tren de evacuados. Como el equipaje me pesaba poco, así lo hice, ocurriéndome un hecho insólito, ya que al pasar corriendo por la puerta de la estación me tropecé con un individuo cayendo los dos al suelo. Cuando nos levantamos me encontré cara a cara con mi primo hermano Manuel Triviño Morillo que regresaba de Archena (Murcia) con una familia de D. Benito. Este hecho contribuyó a que no me muriera de hambre antes de llegar o mi casa ya que ellos llevaban comida y yo no había probado bocado en los cuatro días que llevaba de marcha.

A los ocho días de mi salida del campo de concentración llegué a Castuera donde nos bajamos Manolo y yo. Allí salieron o nuestro paso un cabo y dos soldados que querían meternos a toda costa en el campo de concentración de Castuera. Con mucho trabajo lo persuadimos a base de presentarle nuestra documentación y por fin nos encontramos en Benquerencia sobre las ocho de la mañana del día 28 de Abril de 1.939.

La alegría mía al comprobar que toda mi familia se encontraba bien fue indescriptible, ocurriéndole a ellos lo mismo al ver que yo regresaba sano y salvo.

De la guerra podría contar muchas y desagradables peripecias, pero lo mejor es olvidar aquellos trágicos años de la más cruel y sangrienta guerra que ha padecido el pueblo español a través de los siglos y que si no se remedia como están actuando los dirigentes de izquierda de hoy en día que es muy parecido a cuando el levantamiento, dándole un poder a los comunistas y nacionalistas que es insólito en nuestro tiempo, ya que por ésto mismo se inicio la guerra.

MI VIDA PROFESIONAL

Al terminar la contienda civil, había 6rdenes de que todos los que prestamos servicios en la zona republicana, teníamos que hacer el servicio ordinario, pero no sabíamos cuándo ni cómo. Así estuvimos esperando hasta septiembre de 1.941 en que nos llamaron a filas.

Al igual que en la guerra, fui destinado a transmisiones prestando mi servicio en la compañía de cuerpo Ejército del Batallón de Transmisiones del Primer Cuerpo del Ejército que tenia su cuartel en el Pardo (Madrid). Allí permanecí hasta el mes de Junio de 1.943 en que fui licenciado.

Estando en El Pardo me escribió mi padre, en el mes de septiembre de 1 942, anunciándome que había quedado vacante una plaza de oficial en el ayuntamiento y recomendándome que debía
solicitarla. Así lo hice y el día 22 de diciembre del mismo año, previo permiso, hice la oposición y se me adjudicó la plaza, tomando posesión el día uno de julio de 1.943.

Normalizada mi vida, el día 10 de agosto de 1944 contraje matrimonio como ya dije antes y el día 22 de junio de 1945 nació nuestra primera hija Maruja, con ello se complicó nuestra situación
económica teniendo en cuenta que tres personas no podían vivir con nueve pesetas y ochenta y seis céntimos diarias que era la asignación que tenía en el Ayuntamiento.

El día 28 de julio de 1948 nació nuestro segundo hijo que lleva mi nombre y las cosa se complicaron mas que estaban. Así fuimos tirando hasta que en el año 1953, por iniciativa de mi esposa y ante la imposibilidad de seguir viviendo con la limosna del Ayuntamiento, decidimos montar un pequeño negocio. No puedo dejar patente nuestro más profundo agradecimiento a mi queridísimo primo Víctor y a mi entrañable amigo Irineo Bermejo que me ayudaron e montar el negocio y a salir de una dificilísima situación. Sin su precisa ayuda tal vez a estas horas estaríamos luchando con los vascos o los catalanes, dos pueblos odiados por mí por las cosas que con ellos me ocurrieron durante la guerra civil y que no son fáciles de olvidar.

Nuestro negocio llevado con mucho tesón y enormes dosis de trabajo, sobre todo por parte de mi mujer, resolvió nuestra situación económica pero volvamos a mi vida profesional.

Mi permanencia en el Ayuntamiento hasta el año 1.978 en que estoy haciendo esta recopilación de mi vida, ha pasado por difíciles y curiosas vicisitudes. Como dije antes ingresé de oficial, continuando con esta clasificación hasta el año 1.952, en el que el 30 de mayo se promulgó el reglamento de funcionarios de administración local en el que se disponía que en los pueblos menores de 5.000 habitantes no podía existir la escala de oficiales, y aquí me tienen que después de 10 años de servicios me veo convertido en auxiliar por culpa de un secretario que no se le ocurrió leer la disposición adicional por la que se respetaban los derechos adquiridos. Yo también tuve mi parte de culpa puesto que no se me ocurrió leer detenidamente el reglamento.

¿Causas? Yo creo que la única y fundamental existente fue que, debido a la raquítica remuneración, nunca creí jubilarme como funcionario, ni me cabía en la cabeza que fuera capaz de aguantar a tanto sinvergüenza, empezando por el Ayuntamiento y terminando en las más altas esferas de la administración central. Los funcionarios de administración local hemos sido, somos y seguiremos siendo verdaderos criados de todas las ramas de la administración.

De auxiliar continué hasta el año 1.957 en que quedó vacante la secretaría y por obra y gracia de una mala administración me vi convertido en secretario con todas las dificultades y responsabilidades que ello llevaba consigo en aquellos difíciles momentos. En el año 1.959,volvió a cubrirse la plaza de secretario y me reintegré nuevamente a la mía de auxiliar. Durante el tiempo que desempeñé la secretaría los haberes fueron de auxiliar, otra vez por causa de una mala administración y con fragante vulneración del reglamento de funcionarios, a los pocos meses tomé posesión de la secretaría. D. Ricardo Echanove, funcionario recién pescado que sabía mucha teoría pero que ignoraba por completo lo que era una secretaría.......

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